martes, septiembre 05, 2006

temporada de membrillos

Sentada, sobre la banqueta donde descansa el caballito de Sebastián, mordía un membrillo. Este era amarillo, jugoso, ácido, fragante. Lo mordía escuchando como crujía su piel bajo mis dientes y como la saliva que segregaban mis glándulas hacían que el pedazo que masticaba fuera más fácil de comer. Apenas comenzaba a lloviznar. Unas pequeñas gotitas mojaban mis jeans, mi sueter, mi bolsa. Fue momento de sacar mi paragüas, o como tú dices, sombrilla. Lo extendí con una mano, mientras con la otra le subía a una canción de los bunkers: Llueve sobre la ciudad. Lo que restaba de membrillo, descansaba sobre mis piernas. Guardé el ipod en el bolsillo de mi pantalón y seguí mordiendo mi fruto. La lluvia comenzaba a arreciar y miraba el reloj de manera casi molesta, creyendo que así llegarías más pronto.

...Yo, sentada sobre Reforma y Bucareli, comenzando a empaparme, con el corazón de un membrillo entre las piernas y el paragüas sostenido con la mano izquierda. Esperando.

...Yo, de pie, con el paragüas escurriendo, el agua mojándome los tenis, el corazón del membrillo entre los dedos de mi mano derecha y mi bolso en el hombro izquierdo. Esperando.

...Yo, completamente mojada, mirando el reloj y vigilando Cuauhtémoc, con el paragüas cerrado por su insuficiente ayuda debido al aguacero que estaba cayendo, el corazón del membrillo arrastrado por la corriente de agua que se formó a lo largo de Reforma. Desesperando.

...Yo, enfilando hacia el Monumento a la Revolución con un taxi pisándome los talones.

...Tú, corriendo hacia mi, después de bajar del taxi que casi me atropella.

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